lunes, enero 30

Teatro Kartoon

Escritura crítica sobre Mauricio Kartun y sus obras completas. Aparecida anteriormente en uno de los últimos números de la revista Arjé.
Teatro Kartun

Kartun Mauricio, Obras Completas, Editorial Corregidor. 1993.

El teatro actual es acción. Es movimiento. Es quizás una marca más de lo que la cultura del cine show nos ha dejado. Es cierto, no se puede negar que a la mayoría de los personajes del teatro actual no se los deja pensar. O si lo hacen tienen que ser pensamientos homologables con los de este lado del escenario, cuanto más elemental mejor. Lejos estamos de las diferencias radicales entre las características alta y baja de los actuantes en la tragedia y comedia aristotélicas: hoy un personaje debe ser igual que cualquier espectador. Existe el culto a lo normal, a lo conocido. La reverencia ha dejado de ser el centro fundamental. En el teatro de hoy día, las leyendas dejaron de ser fruto de unas imaginaciones de altas cumbres; hoy, las leyendas del teatro, las ficciones, se conforman de arrabales y campo, de ciudades en decadencia y sueños que nunca se podrán cumplir. Esto es el teatro de la acción contemporáneo. Se habla menos. Se transforma todo en un ir y venir de la cámara entre múltiples personajes o personalidades. Es demostrar la realidad a partir de la ficción. Pero sin tantas cortinas.
El teatro argentino es cada día un sector más olvidado. Sólo se recuerda por medio de las grandes aperturas de ciclos en Mar del Plata, cuando el verano infecta la ciudad feliz con múltiples puestas en escena que van desde las producciones más prolijas hasta las más opulentas. Las primeras serían esas que se presentan en teatros minúsculos, bares o en espectáculos al aire libre, de entrada más barata, y en donde ya la misma recepción – en caso de lugar cerrado – puede ser tomado también como una obra de arte; entre las segundas se cuentan las que se presentan en teatros enormemente caros, donde infaliblemente la gente va para olvidar, y en donde, al mejor estilo de la comedia aristofanesca, se mezcla la burla sencilla a los gobernantes y personalidades reconocidas con lo exclusivamente revistoso de un montón de mujeres semi en pelotas que muestran que tener cincuenta años no significa no estar “espléndida”.
No voy a hablar del segundo grupo. Tampoco del primero. Mauricio Kartun no es conocido por el público, no se lo asocia ni a uno ni a otro. Es más bien un escritor, un docente, un dramaturgo que ha tendido mucho éxito en el exterior y que aquí es quizá un tema “sólo para entendidos”, opacado sí por la fama de otros “próceres” del espectáculo como Suar o Franccella. En Argentina – al menos – no se conoce a los autores, se conocen a los actores y, si funciona, quizás a la obra. Tampoco voy a hablar de la puesta en escena de este autor, en cambio voy a comentar algunas de sus obras en el papel, ya que Corregidor ha sacado, en dos tomos, la obra completa escrita hasta hoy – está exenta la de sus primeros años, la que era representada en la calle.
Mauricio Kartun escribe para el pueblo. No por casualidad sus personajes son gente común, gente que uno puede reconocer, admirar, aborrecer o encariñarse con. Pero son gente y eso es lo que importa. Mezcla de tango, historietas, Beckett, Aristófanes y Sandokan, Kartun refleja la vida de personas que, como cualquier otra, se hacen reconocibles, se hacen palpables. Desde el pibe que sueña con ser Misterix por el simple hecho que desea escaparse de una realidad que lo abruma, hasta el nuevo Pistetero – criollo – que crea su ciudad de cemento y cal en los aires, todos buscan “algo mejor” aunque en realidad no sepan muy bien para donde tienen que ir o, como en el caso de los personajes-personas de “Cumbia morena cumbia”, hasta cuando tienen que esperar (bailando). Ese es el juego que se divide entre la espera o el movimiento. En escena todo se desarrolla por medio de la acción, pero dentro de la escena, en ese mundo, la quietud es quizás la mejor manera de descubrirse siendo, existiendo como ajeno a un mundo que prefiere caminar en vez de avanzar. Los personajes, en realidad, huyen sabiendo que, quizá o seguramente, esa no es la solución que los saque de eso que viven. Pero ellos huyen. Ya sea bailando obligados un pericón eterno manejado por extranjeros piratas, ya sea masturbándose contra una almohada en la terraza, la mente juega su juego veladamente, convirtiendo todo también en algo no muy distinto. La catarsis sigue funcionando pero ya no como un temor o como una compasión para con el que sufre allá arriba, sino más bien como un recuerdo que se asoma, como una risa entre melancólica y lastimeramente irónica. Allí es su mundo, unas tablas que no lo son tanto, un escenario que se confunde con la realidad y en donde el nivel de uno y otro lado se distorsionan hasta llevarnos a un estado de comprensión e incomprensión absoluta. Comprensión como reconocimiento, como sentimientos que se agolpan; incomprensión como una realidad que sólo le pertenece a los personajes. Son sus mundos más privados los que salen a la luz y aquí, a diferencia de los que sucede con los nuevos programas de “experiencias reales grabadas durante veinticuatro horas por cámaras que todos sabemos donde están”, uno se siente intruso, sabe que no es ese el lugar donde debería estar, porque, aunque diferente, ese que está allí arriba, en el pequeño mundo-escenario, es uno mismo, y hay un montón de espectadores que lo están mirando. Eso es lo que logra la literatura de Mauricio Kartun, un reconocimiento, la ilusión de estar leyendo y a su vez estar presenciando la obra de una vida, de un momento de una situación tan real y tan reconocible como cualquier otra.
Desde la gauchesca hasta la novela de aventuras, desde la historia a la anécdota, desde los superhéroes hasta los indios de la pampa, el autor nos impregna con realidad. No deja escapar de entre sus líneas lo político, lo retiene y lo hace propio; porque en realidad de eso siempre se ha tratado el teatro, de mostrar una situación, un estado de las cosas que puede o no gustarnos, pero que en su mayoría no nos conforma. Lejos del panfleto, acostado con el pensamiento vivo, lejos de la ficción, cerca de la autocrítica, los escritos se hacen muchos más vividos, mucho más cercanos, para cualquier argentino, aunque estas obras se representen alrededor de todo el mundo. Están allí, ellos son hijos de una serie prolongada de mestizos europamericanos.
Si bien la escritura es de problemáticas universales, sus personajes viven en villas, no en suburbios, en el campo, no en el country, sus carnes se pudren en la bodega, no conocen el freezer. Los extranjeros son la ficción: los piratas, los griegos, y hasta Misterix – a pesar de estar visto desde la perspectiva del deseo – son los que resultan en realidad extraños, por su lenguaje, por sus acciones, aunque se parezcan bastante a las de “ciertos” argentinos. Son los otros, de eso no cabe ninguna duda. Porque sus ilusiones, sus proyectos, van más allá de lo que cualquier argentino nativo o nacido de inmigrantes, cualquier mestizo o ilegal podrían tener. Ellos no sueñan con poder cantar una chacarera, con llevarse a la paraguayita regordeta a la cama, con que la chica linfa del barrio se quede con uno, con que al fin los viejos nos acepten como somos y por lo que somos y de una buena vez liberen a todos los “yo” que alguna vez fuimos, que nos dejen en paz, que nos consideren personas en vez de indios de circo... “Bueno, ¿Qué más da?” se parece escuchar entre líneas. Es el fracaso antes del comienzo, porque si bien a medida que leemos parece haber, aún, alguna esperanza, es el destino del tango el que gana todas las batallas. Y esa es la diferencia. Porque si bien los autores norteamericanos contemporáneos, que si uno presta atención son los más representados, se aferran a la derrota y al tema de la caída del sueño americano, ellos son del Norte, no tienen una idiosincrasia semejante a la que un latinoamericano pudiese tener. Sus personajes no hablan como una persona de barrio, ni como un pibe de la villa, ni como un viejo de uvas en el patio de atrás, ni como un gaucho reventado de tanto escaparse. Eso es otra cosa. Son dos mundos diferentes. Pero, ¿por qué gustan más aquellas que no identifican?. Simple, la gente que les da el éxito a las derrotas norteamericanas son los que, como los personajes de Kartun, desean ser otra cosa. Sueñan, en sus terrazas de cemento, con ser Superman o el Hombre Araña, y ven mucha más dignidad en la derrota estando en la lejanía. Allá ellos; es mirándolos que uno experimenta la verdadera catarsis aristotélica. Hasta pareciera que Kartun no ha inventado nada.

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