lunes, enero 23

Los huevos sobre el tablón

El texto que sigue a continuación fue, en su momento, el último que se escribió antes de que todos los directores de la revista La Posición nos encontráramos cara a cara y discutiéramos ciertos conceptos y problemas que nos aquejaban en cuanto a la dirección (en los dos sentidos del término) que estaba llevando la revista. También, en su momento de escritura, surgió como respuesta a diferentes cartas electrónicas emitidas por Crespi, Whirske y Fernández (la primera puede encontrarse en www.maxicrespi.blogspot.com ) y como continuación al texto propio antes subido (“Contextos”).

Quisiera yo también llamarlos compañeros. Quisiera yo también poder sentir ese apelmazamiento que une lo emocional con lo político y con lo intelectual. Pero también quisiera que eso no nos impida, hoy, discutir lo que debe ser discutido y debatido.
Todo surgió, quizás, a partir de un texto que se hacia una pregunta y que daba una respuesta posible: para qué… Una practicidad, un análisis y una crítica al propio planteo pasado y a sus diferentes realizaciones. Una crítica, también, no puede negárselo al mismo texto, a la propia sociedad que es el grueso de la masa lectora. Una sociedad, o mejor dicho una clase, en la que yo he nacido y en la que yo he participado. Crítica vociferante pero razonada, considerada en sus puntos débiles y en sus aciertos hipotéticos. Una crítica que, en efecto, nace recién ahora, cuando ya estoy saliendo de los placeres que me dio la misma clase y hago, con más dolor que violencia, una suerte de racconto para saber el porque y el cómo de esa dádiva.
Me encontré con el silencio.
Con un silencio propio de una clase que produjo y leyó novelas, literatura en el sentido que plantearían los catálogos de Maxi, y que evitó confrontarlas con la realidad de su producción y/o de su lectura. Me encontré también con ese silencio característico que se da en el grito ensordecedor de aquellos que, discutiendo banalidades, pelean cargos institucionales o académicos en la Universidad que hoy reconozco como aquella que, en un futuro próximo, me va a dar un título. Y me encontré con la posibilidad de seguir una dualidad de caminos: por un lado se levantaba la autopista del trabajo publicitario, aquel que se produce con el mero hecho de hacerse visible para todos, protestando por aquello que todos pueden protestar en un país neoliberal en donde todo está permitido porque nada vale tanto la pena, sumando y sumando palabras a la acumulación académica. Por el otro, se vislumbraba el que me pedía otro tipo de trabajo, ya más personal y menos dogmático, y que, desde un punto de vista político, exigía un compromiso, un poner los huevos sobre el tablón por una vez en la vida. Ese gesto, quizás un poco chabacano pero inevitablemente útil al que hago referencia, implicaba, bien lo entendieron todos aquellos que me comentaron el texto “para que”, hacerme cargo, principalmente, de mis propios fallos, de mis propios yerros escriturales e intelectuales. Releo ahora y descubro ciertos matices ocultos: entreveo ahora también al enemigo del que habla el compañero Crespi que ya se vislumbraba en “El ano y el esperma” y que también apareció, quizás menos agraciadamente, en el inédito “Elogio a la ignorancia”.
Resumamos: estamos haciendo una revista de crítica literaria y de crítica política. Términos que se pueden poner en otro orden sin alterar el producto final. Pero claro, hay diferencias. Silencios y caminos que se distancian en su producción crítica. Ninguno puede negar, creo yo, que entre un articulo de Wirske y uno de Granizo hay una cierta distancia de lectura. Hay un objeto que se recorta de otra manera y que, también, se lee desde otro aparato crítico. Eso no quitó, claro está, lo que hasta ahora venía siendo el centro de la cuestión: estábamos apuntando las saetas hacia los escritores, olvidándonos siempre, o al menos esquivando el bulto, de cuál es el espacio de circulación de la revista.
Creo, como ya lo dije en reiteradas ocasiones, que no podemos decirnos revolucionarios, ni en la escritura ni en la intelectualidad, si por un lado criticamos políticamente a un escritor como Borges (la sombra terrible que vio Wisrke en este futuro número 6) y por el otro nos engolfamos en un lenguaje cargado de barroquismos y de simbologías incomprensibles. “Qué difícil que escriben”, me dice mi abuela, y tiene razón. No escribimos ya para una señora de su casa que dice odiar a Perón porque le quitó el laburo al padre, que era antiperonista. Ni todo lo contrario: tampoco escribimos para un viejo peronista a lo Carnagui en “tres veranos” que no se cansa de adular a cuanto justicialista ahora caiga en el poder.
Escribimos, pese a que me duela decirlo, para un espacio universitario, para un círculo muy especifico de lectores que se interesa y sigue interesándose no sólo en las novelas, en las obras, sino en la literatura. Y eso estaba dicho hace mucho, pero claro, pasan los años y la memoria, a veces, falla. Nos olvidamos que hay un tipo de lector que es propio y que, a su vez, es nuestro. No creo, por ejemplo, que nadie fuera de ciertos círculos literarios conozca la producción de un sujeto para nosotros tan importante como David Viñas. Por el contrario, conocen las obras de Sábato, de Cortázar, y de algunos más que tampoco tiene objeto enumerar. Y ahí está nuestro primer compromiso, como quizás dice Maxi: el compromiso con la literatura, con el proceso que es el acumular novelas y textos, escrituras, y puntos de vistas. Porque, quiera que sí, quiera que no, nosotros leemos eso, ya no una obra aislada, separada de todo (cosa que me valió mi merecida reprimenda y no publicación en la revista anterior, vale recordarlo), sino una linealidad quizás diferente a la que nos quisieron (y quieren) hacernos tragar desde las cátedras universitarias.
Y allí se vislumbra, siempre desde mi punto de vista (no quiero ahora que esta carta se tome como un manifiesto de La posición ni muchísimo menos), el verdadero enemigo al que, desde nuestro por ahora minúsculo espacio, debemos confrontar: el espacio del saber universitario. Hoy por hoy todavía está la posibilidad de ver allí, en esas aulas cargadas de pibes que miran frecuencia 04 y escuchan los piojos, y que piensan que son poetas porque escriben tres versos en un cuaderno (otra autocrítica, la reconozco como tal), un grupo de adultos, de profesores universitarios con políticas y pensamientos que, desde mi punto de vista, se acercan demasiado a una posmodernidad permisiva y anestesiante. Recuerdo, al estilo de las oligárquicas biografías, que en todas las cátedras que he caído se vuelve a repetir una y otra vez la misma frase: no importa lo que quieras decir siempre que esté bien fundamentado…
¿Qué querían decirme?, pienso ahora con la mayor de las angustias. ¿Qué quisieron decirle a generaciones y generaciones de alumnos que, desde sus afanes poéticos, hincaban sus manos en el trabajo de la crítica? ¿Acaso que nada importaba tanto más que el citar adecuadamente a los autores, ponerlos de mayor a menor, alfabéticamente o poner primero el año y después el lugar? Lamentablemente, y a la vista de ciertos trabajos supuestamente críticos que me ha tocado ver y que hoy son, para muchos, material de estudio, creo que fue así.
Entonces, la respuesta. La protesta ante ese posmodernismo grisáceo y academicista que todo lo permite. No quiero decir que con esto ahora tengamos que utilizar todos una base teórica marxista, ni mucho menos. Lo que quiero proponer es, concordando con Crespi, una visualización correcta del enemigo que queremos combatir ahora con la revista. En cierto modo, a la propuesta de hacer en la revista lo que teníamos que hacer, como un deber, para la universidad (pgi, congresos, etc.) yo me opongo diciendo que a la universidad voy a llevar lo que hago, por convicción, para la revista. Una priorización específica para ese espacio en donde, sigo creyendo (siempre como compromiso y no como fe religiosa), importó siempre el qué se dice sobre los textos. Porque en ese decir se está también diciendo sobre la lectura y sobre nuestros lectores.

ADENDA: Finalmente, y como para explicar un poco la tensa situación en que nos encontramos, todo se desencadenó a partir de la pregunta explosiva del “Para qué?” de hacer y/o continuar la revista. Dicho cuestionamiento hizo que, aquellos que estábamos (y seguimos estando) convencidos de nuestro ejercicio de escritura planteáramos nuestros diferentes posicionamientos. Quienes se han acercado a la revista (http://laposicion.topcities.com/) comprenderán que, hasta hoy, las posturas ideológicas son las que nos permiten seguir con la amistad y con el trabajo conjunto; pero que son los métodos y los marcos teóricos los que nos distancian y seguirán distanciando.
Luego de todas aquellas discusiones, podemos decir que el número 7 (sobre generación del 80) no sólo se parece peligrosamente a un libellum, sino que ha sido desarrollado con la mayor de las horizontalidades posibles. Seguimos batallando.

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