viernes, enero 27

Dramaturgia

En la misma revisión de papeles viejos (gracias a haber finalizado con mis trabajos pedagógicos para el profesorado en Letras - por eso mi ausencia -), una teoría sobre la producción y crítica de teatro. Pilar fundamental para comprender mis textos que apuntan a este objeto tan dilemático. Aparecido en una revista Arjé, se resignifica, al menos para mí, en la actualidad de la escritura.
Ensayo de Improvisación

“El drama es la realidad en que
atraparé la conciencia del Rey”
William Shakespeare.


Acto I. Escena primera.

Se abre el telón y...

Un hombre está sentado en su trono real. Un trono real formado de cadáveres humanos en descomposición perpetua. Cada vez que se lea esta línea esos cadáveres echarán ese olor a muerte. Penetrante. Último y principio.
El hombre mira hacia el frente. Se reconoce sentado en el mundo de tablas y telones. Su mundo. El único que conoce. El único que le es permitido conocer. Allí existe. Allí tiene su única y uniforme existencia. Y el hombre mira. Pensativo. Mira hacia un espectador que puede ser usted o puedo ser yo. El hombre mira. Fija su mirada. Intenta descubrirse en el juego milenario, en la batalla continua entre el personaje y el espectador, sintiendo la lucha interna entre el actor y el receptor de unas líneas configuradas hace tiempo. El hombre se siente. Se siente ser en ese personaje de rey y se descubre gozando de un papel que le ha tocado. Él es. Él es el funcionario de una catarsis, él es quien lleva sobre sus espaldas el peso infinito de echar a andar un andamiaje fijo. Porque está La Letra, están los paréntesis, hasta se logran ver, de pronto, las bastardillas de un texto más o menos riguroso, están también las notas a pie de pagina, las anotaciones al margen hechas por un antiguo lector. Pero por sobre todo está la incesante ausencia del resto, de lo no-dicho, de lo que se logra escapar de La Letra. Palabras que están tan figuradas como el mismo papel que las sostiene. Y el hombre, sentado en su trono real hecho de cadáveres, observa lo que sucede detrás de la cuarta pared, porque por más que se la niegue, allí está, impenetrable y a su vez tan fácil de traspasar. Sólo basta una lágrima, una miserable lágrima, por más interna que sea, para que el hechizo se rompa y las tablas y los telones de ese mundo de ese rey terminen por inundar la sala con esa podredumbre, con esa inmundicia que se quedará pegada en el otro.
El hombre mira. Realiza, según el guión, según La Letra escrita, el riguroso silencio. Ni un minuto más ni un minuto menos. El sol debe pasar por el agujero que ilumina su corona, es menester que antes cante el gallo para que él pueda, siquiera, pronunciar una letra. Y el hombre espera. Y el otro, el que observa, que puedo ser yo o puede ser usted, también se hace participe del misterio a develar. El hombre no habla pero en la cabeza del otro, de aquel que ya no tiene otro mundo que de las tablas y los telones, se comienza a vislumbrar La Letra que debería estar escrita, obviamente reglada. La Letra que debería seguir luego de un gran silencio. Sin embargo...
Sólo se huele el crimen. El maldito crimen que produce tantas muertes repetidas una y otra vez. La representación de el asesinato del arte en el arte. La tragedia en la tragedia, y como si nada. Está allí y no se la ve, porque pareciera que La Letra debería hablar de otra cosa. Poder, sí, envidia, también. Sexo... lujuria, ambición, reinados que no gobiernan, bufones que dicen la verdad, el mundo e un carnaval de mascaras serias... y el hombre, pese a todo, se silencia. Se silencia porque debe esperar el punto exacto en donde el olor de sus muertes ahogue al otro. Que perciba que allí existe el olor del dolor, y que no puede sentirse ajeno de él. Porque ese dolor es, también y casi sobre todo, el dolor que, si está dispuesto, lo acompañará de por vida. Es una cadena que deberá arrastrar, pesándole en el cuerpo y en la mente. La mente. ¿Qué pasará por la mente de ese rey en su trono de huesos y carne podrida? El perdón nunca fue su dios, el arrepentimiento jamás podrá llegarle a tiempo como para alcanzar las puertas del paraíso. Ese personaje, ese actor, este trono, pertenecen al infierno. Su ser es la traición y, debería decir La Letra, es la más perfecta de las traiciones. También debería decir en La Letra que no debe siquiera sospechar que puede, alguna vez, ser enjuiciado. Su alma no va a tener un juicio religioso, o si lo tiene no va a importar. Será el mismo otro quien lo condene para los siglos de los siglos, algunos, la mayoría, continuando una tradición oral que se impone como La Letra aprobada. Y, lamentablemente, así perdurará para siempre.

No-acto II. Escena única.

(Podría decir que este teatro habla de luchas de poderes y no estaría dando ninguna primicia. Lo sé. Por eso es mejor no decirlo. Entonces sería mejor borrar la primera oración de esta parte y empezar de nuevo... El personaje se mueve, pareciera que escucha mis pensamientos y me indica algo. ¿Qué querrá decirme? ¡Hablá! ¡Decí algo! No, el silencio. Y ahí es el poder. El poder del autor sobre la piel del personaje, el poder que se ejerce desde el adentro sobre el afuera y, lo peor, el poder que se respeta. Porque no deseo decir que exista una critica, sino más bien una no interpretación y un aceptamiento general de las reglas ya impuesta. ¿Y si hay silencio? ¿Cómo se puede interpretar? ¿Cuántos entenderían ese sistema? Se cree, igualmente, que el poder del que se habla es el del hombre particular, de los problemas de los hombres como individuos en una sociedad, pero actuando en solitario. Pues bien, pero habría que preguntarse por qué el contexto de La Historia. Pareciera que La Historia, lo pasado, permitiera hablar de sociedades corruptas, de reyes endemoniados, de negaciones homicidas. Y sin embargo, como se sabe, está el presente con el cual esa Historia debe hacer un contacto, una interrelación. Este tipo de teatro se sigue representando porque muestra caracteres humanos definidos, y porque a su vez se olvidan los otros, los secundarios. Y la pregunta sería: ¿qué tipo de critica se puede realizar, seriamente, al reino cuando es el mismo reino quien acepta esa critica? El lugar pareciera estar puesto para permitir una expresión de arte y a su vez mantenerla todavía en su poder. Entonces vuelvo a la primera línea borrada y digo que podría decir que este teatro habla de luchas de poderes. Retomo la idea y armo el párrafo. Ya no tengo que empezar de nuevo.)
El personaje se mueve frente a mí, que puedo ser el otro, como también puede serlo usted. Atención, va a hablar/actuar La Letra...

Acto III. Escena prevista.

El rey se mueve. Parece que dice algo pero sólo se acomoda los labios que están cansados de no decir nada más que La Letra y de hacer nada más que las bastardillas. El rey se transformaría en trono si es que en La Letra lo dijera o si, acaso, hubiera un espacio en blanco. Pero no, configurado por la escritura de un Autor, de un Dios de su mundo de tablas y telones, se le es prohibitivo no morir de otra forma que no sea aquella que le han escrito para él. El personaje representa un personaje, nada más. Su vida se desarrolla en un solo momento y es sólo en esas humildes y, quizás, terribles líneas que él puede, pudo y podrá hacerse llegar al otro. Y el otro, que puedo ser yo o usted, en este momento quizás ya no le importe, se siente capaz de hipotetizar sobre lo que él va a decir. Seguramente dirá que algo huele a podrido en el reino, vaya novedad: porque yo soy la podredumbre, yo soy el cuerpo de la descomposición. El fármaco que debe desaparecer como la mancha del pueblo. Yo soy el causante y su salvación. Yo... ¿acaso importa ya mi nombre? Soy esto y podría ser también aquello. Soy un ser revestido de características que rayan con lo universal, soy un personaje, un hijo más de una mente que funciona siempre a partir de una participación en aquella lucha eterna. ¿Cuántos podría ser y yo seguiría siendo el mismo ser? El ser que, dentro de un reducido mundo de tablas y telones, desemboca en la tragedia, en los llantos, en las lágrimas de terror. Yo soy lo muerto una y otra vez, lo inmortal de la muerte. Soy el doble asesino, el triple o el más asesino del mundo de las tablas y los telones. El poder, el afamado poder, el alimento sublime que supera al néctar de los dioses. El poder humano, el deseo irrefrenable de verse revestido en un atuendo real, en los nuevos trajes del emperador. Un poder que, como ellos, es invisible y deja ver, como si uno fuera desnudo, el alma que hay detrás del personaje, el tipo. Porque la genialidad de mi Dios se hace acción a partir de tipos definidos, de figuras repetidas una y otra vez. ¿La solución? Que sus hijos sean parte de un todo que los aglutina. Personajes de un mundo que puede, también, representarse dentro del mundo.
Y allí, la magia, la maravillosa escena de la unión de los mundos, de la subordinación falsa de los mundos opuestos por un telón. Me reiría si pudiera. Realmente disfrutaría si supiera que ustedes creen que lo que están viendo aquí es una fantasía y sólo una mera fantasía de la mente de uno, mi Dios. Quizás sí lo sea, no podría negarles esa miserable afirmación salvavidas, pero no todo lo es así, tan tajante, tan indivisible. La realidad es que la ficción es sólo una máscara más. La ficción es mi personaje, y el de todos los otros personajes. La ficción es lo que se ve, lo que se encuentra sin necesidad de buscar. Pero ¿y lo otro, lo que está allí con todas las pistas ocultas para ser encontrado. El error, señores, lo que se escapa del molde divino? Esta allí. Aquí, ahí nomás, frente a sus desinteresadas narices de espectadores. Lo que es realmente preocupante, lo que es en realidad un crimen, lo que es en realidad digno de la condena más fuerte, del castigo más supremo, es el que no se den cuenta, o peor, el que ni siquiera les interese. El olor del error está. El olor de lo subterráneo se huele como la mismísima muerte, pero usted, otro miserable, sólo se tapa la nariz y se la empolvorea con talcos perfumados. Y entonces el otro se remueve en la silla, mira el programa y busca desesperadamente encontrar el argumento de la obra. Ni siquiera habla de una escena semejante. Mientras tanto, el rey sigue en silencio en su trono de cadáveres.

Anti-acto IV. Escena actual.

(Y también podría decir que este teatro es violencia, es empuje descarado hacia el otro que no reacciona. Y eso sí lo voy a decir, porque me lo dicta La Letra. El teatro siempre ha sido provocación. Ya sea positiva como puramente física. Por lo menos alguna parte del hoy múltiple mundo de tablas y telones ha sido como una patada a la ingle en busca de alguna respuesta. Pero todo depende de qué patada sea; está aquella que sólo deja pensar en el dolor; está la otra que permite pensar en una respuesta, en un próximo paso a dar cuando el dolor, que ahora no lo es tanto, se escape. Y el universo, porque parece más conveniente hablar de un universo, se comienza a conformar con mundos que no sólo son de tablas y telones; comienzan a aparecer la vereda y la calle, las sábanas y el cerámico, el cemento y las múltiples luces y, aunque los mundos cambien y se multipliquen, sólo algunos deberían merecer denominarse propios del universo de las tablas. Los otros son extranjeros en un mundo que han usurpado. Son expansionistas en un mundo que no les es propio pero les es útil. Y sólo entonces, con las fuerzas de las presiones, caen las plumas y el cuerpo quedará desnudo, mientras que en otro lado que en realidad es el mismo, alguien utiliza las tablas y los telones para armar su propio castillo. Tablas y telones ahora son iguales a los cadáveres del trono. Son simples servicios para permitir que el rey se siente y controle, y mantenga a sus súbditos callados. Este mundo, el de allí arriba, se ha convertido en un espacio prostituido. Sólo quedará volver a los orígenes, a los pequeños espacios, a la búsqueda de lugares sin tantos relámpagos que deslumbren para poder apreciar, al menos por un tiempo corto, antes de que el mismo cerebro pida más explicaciones, antes de la búsqueda de los errores, de las rendijas por las cuales entrar a La Letra, digo, para poder apreciar antes que suceda todo eso, la desaparición de la cuarta pared.)
Mientras tanto, el rey sigue en silencio en su trono de cadáveres y el otro ya siente La Letra como propia...

Acto V. ¿Escena real?

¿Ser o no ser? ¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Cuántas múltiples interpretaciones se han dado para estas cuatro palabras? ¿Alguna acaso tiene un acercamiento a lo que hoy pasa? ¿Ser o no ser?, ese es el dilema de un millar de personas alrededor del mundo. ¿Acaso un escriba no se pregunta eso, o un obrero, o un maestro? ¿Qué es ser? ¿Qué es no ser? Hoy por hoy se podrían contar con los dedos de una sola mano a las personas que en realidad son, porque vivimos rodeados de figuritas, de máscaras, de personajes que pretenden ser, pero que en realidad ni siquiera se pueden acordar de cómo era ese ser. El simular ha ganado el espacio de lo que se es. Simulando se es pero en función de otros que estimulan esa simulación porque la requieren vaya a una a saber por qué. La verdadera necesidad de ser que puede tener uno se aliena y desaparece en la máscara. Y, sin embargo, aun se puede ver en la sociedad una crítica hipócrita a la simulación que se descubre. Y, mientras tanto, otros simuladores, los que no son descubiertos, siguen sus vidas simulando ser. “¿Qué me importa?”, podría decir yo o usted. Pero no, allí están demostrando que el no ser, el simular ha ganado espacio. Son todos no siendo, son una sombra de lo que podría llamarse un individuo. Al final, uno desde las tablas parece estar observando un teatro del otro lado: si no miren a su alrededor, ¿cuántos de ustedes toman la expresión “salida cultural” como vestirse con las mejores ropas y pagar no sé cuanto dinero para que los otros miembros de la sociedad los puedan ver en un teatro y murmuren que eso está bien y que bien vestido está esta noche? El simular no se puede descubrir por otro, pero, cuando uno simula, internamente sabe por qué en realidad está simulando: no se siente tan seguro de ser como para ir tranquilo por la calle. Yo soy, no puedo negarlo. Soy una mierda de persona, pero al menos soy. Porque nadie cree en mis engaños, nadie en realidad cree que yo sea una buena persona. Ese es mi ser, para mí y para los otros, así lo ha escrito mi Dios. Es mi ser y no lo voy a negar. Puede que existan miles de actores diferentes que interpreten mi ser, pero todos ellos tendrán la obligación de saber que, a pesar de mi condición de secundario, soy lo fundamental de la obra. ¿Quién, si no, para planear las muertes? Por eso digo que poco importa el hecho de que me llame como me llamo. Mi nombre podría haber sido cualquier otro e igual hubiese surgido el efecto. Porque el nombre aquí es lo de menos. Soy un representante más de lo mi Dios quería demostrar en estas tragedias: no importa si eres bueno o malo, igual vas a morir con el peor de los sufrimientos. Vean para comprobar la muerte del loco, de aquel que se dice loco, de aquel que quedará en la historia como el mártir, el sufriente, mientras que yo, seguramente quedaré como el malparido, el peor de los asesinos. Pero ni siquiera eso me preocupa: la sangre es la ley y su derramamiento la escritura. Siempre estará el derrotero de plasma continua que va y viene por los pisos de las tablas aunque en realidad no se pueda ver, sólo quedará la percepción. El veneno de la sociedad está infectando sus mentes. Y esta sociedad de antaño, aunque sigan fingiendo, es la misma que la que ustedes pueden tener ahora. La analogía existe y es clara. Y es eso lo que se denominaría error, eso es lo que se llamaría podredumbre. ¿Cuántos de ustedes salen diciendo que lo bueno de la obra es el personaje principal, su sufrimiento, su desvarío fingido...? Y me pregunto: ¿cuán hipócrita puede ser su confesar cuando internamente anhelan haber entendido siquiera lo que él intentó decir, cuáles sus causas, sus móviles, su locura? ¡Yo! ¡Yo lo soy! Es a mí a quien deberían entender en relación con él. Y yo... yo lo hice. ¿Por qué? ¿Porque tenía ansias de un poder que me había sido negado? ¿Acaso son tan inocentes de pensar eso? Sí, otro, seguro que sí. Pues debo advertirte que te has convertido en uno más de los cadáveres de mi trono. Aquí está la cabeza, tu cabeza, en donde beberé a tragos tu dulce inocencia, o tu idiotez, o tu maldito ocultamiento. Eres parte del trono porque has atravesado esta falsa pared, has llegado hasta mí, y te has quedado conmigo, cuando en realidad es a mí a quien deberías haber poseído. Te digo, no hago lo que haré una y otra vez por el deseo sino por la obligación de verme sujeto a La Letra. ¿Y cuál es mi motivación? Pues el deseo, aquí sí el deseo, de demostrarte que mi muerte es ficticia. Que esto sólo podrá suceder en un mundo de tablas y telones. ¿Por qué? Porque ustedes, incrédulos, ni siquiera pueden ver lo que hay de realidad, de anacrónico en la representación. Sólo les bastaran los bufones para burlarse, con la verdad, de ustedes que ahora ya son cadáveres de este sistema.

Extra-acto VI. Escena foránea

El otro se revuelve. Allí el poder. No el poder dentro del mundo de las tablas y telones, sino el otro, el que lo supera, el que contamina lo que circunda. Ese poder sí está en la obra de su Dios. Pero ese poder es también La otra Letra, la catedrática, la que impone leer de tal o cual manera La Letra que se representará. No se habla de lo no-dicho, apegados al poder de la palabra no se atreven a leer entrelineas de las entrelineas. Estará, como el mismo rey, acodado por siempre en su trono de cadáveres, cadáveres que luego serán el otro asustado, que puedo ser yo o puede ser usted, el otro que no se atreverá jamás a ver otra cosa que no sea la que ya le dijeron; lo ya dicho entabla su cabeza y no dejará crecer jamás su mente. Y entonces el otro debería levantarse y agradecer el que el rey le haya gritado. Deberá agradecer haberse asustado con sus palabras que, quizás, hayan provocado y superado a Las Letras. Deberá agradecer, por lo tanto, el silencio. Sin embargo, aun todavía, queda La Letra, ella esta, existe. El rey mira hacia el otro mundo y dice...

Acto VII. Escena final

Rey: Tu teatro ha muerto. El teatro recién comienza a partir de mí.
... y telón.

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