viernes, febrero 3

Queen of pain

Texto escrito en septiembre de 2001, en ocasión de releer la novela de Lewis Carrol escuchando, como fondo, la maravillosa performance de Alanis Morisette del tema de The Police. Un texto que hoy me sigue interpelando por su lectura actual de narraciones epocales, y que hasta hoy no había visto la luz.

Leer Alice’s Adventures in Wonderland implica entender que muchas veces la materia textual se hace impenetrable. En este caso lo impenetrable se da por el uso y abuso de los juegos del lenguaje, algo que sólo puede ser apreciado leyendo el original ingles o remitiendo contantemente a las innumerables notas. Sin embargo, esto no imposibilita la lectura ingenua – esa que puede ser hecha desde el gusto –, ni mucho menos corta las posibilidades de entrada para un estudio del texto, la historia o los personajes. Sin ir más lejos, esta obra ha sido objeto de diversas interpretaciones: desde ver en Lewis Carroll un fetiche por las niñitas hasta observar de que modo se está criticando a la sociedad aristocrática de aquel momento. Bien se conoce que Alice se escapa a su mundo porque no puede soportar el que le ha tocado en suerte vivir. En un mundo en donde continuamente debe decir y hacer aquello que le es obligado decir o hacer es imposible que el crecimiento de esta chica corra por caminos aledaños. Entonces: las maravillas. Allí ella puede ser ella misma, allí ella es la niña-mujer que se enfrenta a la Reina, que discute con el Huevo sabelotodo, que se atreve a crear su propia historia. Sin lugar a dudas este viaje es un viaje de aprendizaje, pero este aprendizaje se da en un ir y venir, no en un recibir continuamente.
La queja de Alice viene del lugar común: la opresión de la misma sociedad aristocrática dominante es la criticada poniendo esta crítica en los ojos de un distinto – de una nena en este caso, de un náufrago con Gulliver –. Sin embargo ese distinto también es un igual: no se trata de un esclavo, no es un marginado social, es uno que es “lo mismo” pero que se ve como “lo otro” porque no responde a los estímulos sociales – esos que configuran la mente y el comportamiento del hombre – como debería responder. En el caso de Alice es mucho peor, porque está en la edad en donde los estímulos externos funcionan como modelador de una personalidad, de una conciencia crítica de la realidad.
Hoy Alicia – ya no Alice – vive en un mundo que presenta un continuo de estímulos. Hoy ni Alicia ni ningún otro hombre puede estar solo consigo mismo sino que debe manejarse de acuerdo a lo que todo el resto conforma en su cabeza como lo “correcto”. Para aquellos que tienen las posibilidades, una forma de responder a los estímulos que marcan el nivel de vida es exhibir su propia riqueza; para aquellos que no las tienen, esos estímulos se convierten en exclusivo deseo, algo que está allí para indicar la inexistencia y, por sobre todo, la diferencia. Además, estos estímulos aparecen desde el primer momento de vida y, dejando de lado aquellos que puede o no dar una familia, marcan pronto lo que va a ser el comportamiento posterior.
Hoy los estímulos sociales están hábilmente dirigidos a los más pequeños, ya que en ellos se puede producir un adoctrinamiento para que acepten ciertas ideas tomándolas casi como algo natural. Por ejemplo, la mayoría de los niños conocen (y expresan) a muy temprana edad cosas relacionadas al sexo que antes se veían como algo extraño o al menos privado. Actualmente hasta los dibujos animados se basan en gratuitos componentes de sexo, violencia y tienen valores demasiado problemáticos hasta para un adulto. Eso, en una cabeza en formación, cala más profundamente, haciendo una huella que quizás no se pueda borrar, porque, sumándose a estas situaciones exteriores, el modelo de educación plantea una clara deficiencia no sólo en cuanto a contenidos sino también en cuanto a cómo atraer la atención de los chicos: los maestros muchas veces no se encuentran capacitados para lidiar con situaciones que lo sobrepasan, porque en las respectivas academias continúan con sistemas de aprendizajes agotados por el tiempo y, hoy día, inútiles. No sólo existe una falencia en los contenidos de la escuela sino también, y por sobre todo, en lo que se refiere a la forma de estimular a esos chicos para que puedan leer por si solos los entrelineas de aquello que les llega muchas veces como un objeto para clasificar clases sociales.
Hoy Alicia vive en una pelota de pockemon junto a un millón o más de Alicias que esperan ser liberadas para la lucha. Ya no se permite la lectura interpretativa. Es mucho mejor que los chicos sepan eso que dice el manual y que lo repitan tal como está, total no importa, total los que quieran aprender – y puedan costearlo – todavía tienen que pasar por otros niveles de aprendizaje. El tema está en que hay que entender que un pueblo ignorante – o mal educado – es un pueblo que sirve para ser carne de cañón en cualquier tipo de enfrentamiento. Alice lloraba porque su vida era aburrida, la queja del escritor es siempre la de un hombre que puede darse un tiempo porque lo tiene; en cambio Alicia, esta nena de pelo oscuro, con la cara sucia y con los dientes torcidos, no puede quejarse, porque le han quitado la posibilidad del llanto. Porque llorar, para ella, es casi como reconocer que es menor que los otros. Esta Alicia que ni siquiera tiene su país, que las únicas maravillas posibles son las que vienen por el televisor, es en verdad la reina del dolor. Porque su dolor es silencioso, y es un dolor que luego traspasara a sus hijos, haciéndolos nacer ya con una desilusión y una falta de esperanzas que los transformara en famélicos sobrevivientes antes que en personas.
Todos somos sobrevivientes. Todos estamos en una lucha continua. Pero, por ejemplo, yo escribo estas líneas mirando la pantalla de mi computadora, al lado del calefactor.
Nada más.