martes, febrero 6

Lo difuso de Patty

Este texto está subdio a pedido. Tarde, pero lo hice. Un texto que espero pueda comprenderse en relación. Siempre en relación.

Patty Diphusa es un símbolo de La Locura de los Ochenta: mucho rock, mucho dance, muchas drogas, mucho sexo. Pareciera que todo esto es también lo que marca en cierto modo el cine de aquellos años mas jóvenes de Pedro Almodovar, padre, parte y quizás hasta matador de esa criatura que vive entre los decorados de Melrose Place y los de una película pornográfica de mala calidad. Patty Diphusa es la que escribe sus propias aventuras y reflexiones (en cierto modo memorias del presente), y es la que acertadamente deambula entre la ausencia de imágenes sugestivamente idiotas y alguna que otra idea a partir de esas letras introspectivas. Es el pensamiento que va más allá del simple acto, y es el acto del pensar que también deja sus espacios en blanco para que se llegue más allá. Lo que tiene Patty como escritora, y como símbolo, es esa sobredimensión de su propio YO, algo quizás que también marca que su yo es el mismo que los otros yo que la rodean: flashes más, flashes menos, la gente que se junta con ella, o con la que ella se junta, tiene esa inocente ilusión de ser el centro del planeta. El individualismo que no lo es tanto, un yo que desaparece entre tantos otros yo para transformarse en un uniforme todos. Ese es quizás el símbolo Patty Diphusa, esa todificación de la gente, esa uniformidad de la materia del cuerpo y la mente intentando conseguir sólo un placer casi efímero, y quizás, a partir de eso, una fama imperecedera dentro de la mitología de los suburbios.
Por otra parte (quizás por la del principio), el apellido de Patty, Diphusa, indudablemente hace pensar en las dos acepciones que éste puede llegar a tener, porque lo difuso surge del mismo término que surge la difusión y, por tanto, lo difundido. Esa raíz común que los homologa y los iguala es la del verbo latino diffundo, que refiere al acto de derramar, verter, extender, en cierto modo, a la acción de esparcir. Se sabe que la difuminación de algo tiene que ver con ese esparcirlo para todos lados, dejando al objeto medio borroso, casi indefinible; pero el tema está en que lo que se difunde tiene, como punto principal, ese mismo esparcir una cosa, pero ya no con la intención de hacerla confusa, sino con la idea de que este objeto (información) llegue a la mayor cantidad de lugares posibles. Entonces, por más opuestas que estas dos acciones parezcan (y que también se puede ir más lejos aun y pensar que esparcir tiene ese significado cuasireflejo que lleva implícita la diversión) es bastante revelador por si sólo el hecho de que los términos mencionados posean un padre en común que los arrastre a un campo de incertidumbres y medias tintas por demás perturbador. Es interesante, sin embargo, ver como estas dos terminologias terminan por homologarse en una sola persona, en Patty que, como símbolo, juega perfectamente ese doble papel de informadora y perdida.

Lo difuso de Patty muestra lo ancho de un lenguaje y una simbología cargada de elementos que sólo son decorativos, que son propios del escenario secundario de esa mala película en la que ella es la protagonista. Y esta difuminación tiene consecuencias posibles y antagónicas: por un lado esta dilatación puede permitir que se penetre al objeto-texto, o al sujeto-personaje, o al sujeto-escritor, desde puntos mas bien distantes y que, mal que mal, se le pueda sacar cierta idea (general y hasta obvia), aunque esto no provoque mucho más que una simple satisfacción temporal y casi imperceptible. Por el otro, esta dilatación, esta difuminación puede tener como consecuencia la mala focalisación de lo que se ha convertido en el blanco a detallar, como que esta mirada desde la neblina no termine de dejar claro lo que en realidad se busca con ese texto. Las ideas entonces, en uno u otro punto, terminan perdidas en una maraña de decorados que sólo servirían si lo que Patty estuviera haciendo fuera un filme. Pero esta difuminación es también la característica de su mundo privado, y del mundo privado de todos aquellos que en cierto modo viven en aquel subterráneo mundo de la exposición constante. No saben en realidad lo que quieren y mucho menos por qué pueden llegar a quererlo. Patty vive en un sueño constante, vive dormida, todo aquello que puede llegar a ver está visto desde lo difuso de una mirada a la que todo le resulta extraño y hasta novedoso, no porque en realidad lo sea, sino porque existe la necesidad de verlo así. Ella va mirando la realidad al mismo tiempo que mira lo que ella quiere que esa realidad sea; un estrabismo propio de aquellos que tienen un deseo demasiado intenso. Pero mientras que algunos saben promover algo mejor de esa realidad a partir de lo que se ve en los sueños, Patty y todos aquellos que siguen su ejemplo se conforman con la realidad y acomodan su mente para que continúe durmiendo el sueño: se pierde la real realidad y se la transforma en un imaginario más, en objeto de consumo por arriba del deseo.
El objeto de lo deseado está allí y es imperioso que se lo consuma. Es lo que sucede, en cierto modo con los amantes ocasionales de este personaje: los ve y los quiere, los toma y los posee, los posee y los deja – esto siempre y cuando no sea ella el objeto, como sucede, no por casualidad, en su primer relato, el de la violación –. En ese mundo del consumo de la carne por la carne misma todos son objetos y sujetos al mismo tiempo, son todos pasivos y activos, todos son todo, que es lo mismo que decir que todos son nada, que es lo mismo que decir que todos son lo mismo. No hay una definición entre lo que se consume y lo que consume. La difusión es también propia de esa generación (¿sólo de ésta?) que poco interés tiene en darse cuenta que en realidad no puede no darse cuenta. Es como un gran virus que los va contagiando de a poco: la ignorancia es también parte de la contaminación de su sangre.
Y Patty también sigue siendo símbolo en/de La Profunda Depresión de los Noventa, pero su transformación la mata, la deja convertida en un yo apocado, lastimero: solo. Patty protesta, busca respuestas y las encuentra de mala manera cuando increpa a su padre Almodovar. Los noventa son espacios de soledades, ya no hay un todos, sino que se ha identificado a cada uno de aquellos que eran el todo, se los ha separado y se les ha dado una prolija vida de empleados. Se acabó la locura y aquello que buscaba Patty: el contacto real en la comunicación, cuando no importaba si éste terminaba sólo siendo un fotograma mal sacado, porque en ella pervivían las sensaciones. Sus objetos de deseo, que a su vez eran la razón primera de sus escritos, resultaban consumidos con devoción, con éxtasis. Es la falta del sexo lo que implica una neurosis, un desarreglo interno en los personajes tanto en aquellos Ochenta como en estos Noventa. El sexo en la obra como en la vida es lo que marca el ritmo biológico del hombre. Hoy, ya en el nuevo milenio, ya con una Patty completamente avejentada, no es permitida la ausencia del deseo, si no carnal al menos de cualquier otra índole. Las sociedades del Dos Mil de todo hacen un fetiche, un objeto a idolatrar y perseguir. Pero a diferencia de la difuminación como un foco en que se pierde la realidad, en la maquinaria del deseo de estos días el objeto tiende a centralizarse, a iluminarse, a producirse de tal modo que resulte chocantemente reconocible. A su vez este reconocimiento es sólo de una imagen de lo que venden como una figura de consumo, y ya en realidad no importa si el consumo viene por parte de una videoteca o de un simple álbum de fotos, todo es posible de consumir. No era como en aquella Patty Diphusa que se permitía apariciones fugaces en la que sus seguidores y presas la podían tocar y manosear, aquí la diferenciación entre el acá y el allá está marcada claramente por esa línea que es la ensoñación, la búsqueda sin ninguna posibilidad de encontrar. Es como que cuanto más se tenga una imagen más cerca estará eso a lo que la imagen refiere: en la cabeza de los deseosos todo es posible.
Pero las acciones son también ficciones. Todo contacto se hace por medio de algo virtual, de una imagen. La Locura de los Ochenta y La Profunda Depresión de los Noventa han desaparecido para darnos hoy ¿qué cosa? ¿Cómo se puede llamar a esta agrupación infinita de ojos que todo lo ven pero que nada pueden hacer para conectarse? Información/desinformación: actos de comunicación con ideologías preestablecidas. Es bueno remarcar que Patty Diphusa nació en una revista (medio de difusión) y no por casualidad es su “hermana gemela” del cine/televisión (otros medios difusores) la que la termina por relegar a un olvido medianamente voluntario. Cuando Patty se encuentra con Kika se produce el choque y la transmutación de una idea: del periodismo expositivo de la primera se pasa al fetiche de la segunda, todo en una misma cabeza y en sólo un diálogo. Pero ambas en cierto modo buscan lo mismo: comunicarse. Tanto una como la otra encuentran en esa búsqueda de las palabras o las imágenes que golpeen y despierten un contacto con el mundo a partir de llevar al limite la propia experiencia de conocerse. Y esta búsqueda también tiene su correlato en la búsqueda de esas cosas para contar, la búsqueda de una vida que permita ser develada al público y que genere sentimientos – ya sea de desagrado, de asco, de admiración o de simple gusto –. Y en Patty esa vida es la propia, y se muestra cómo ese tipo de vida termina por consumirla: vivir para no pensar, abarrotarse de vida para quemar la mayor cantidad de tiempo inmóvil posible.Si bien Patty-libro está vivo y crece, y arrima al lector hasta la Leo de La Flor de mi Secreto (otro personaje que desesperadamente busca comunicarse, difundir sus pensamientos en cuantos cuerpos quieran aceptarlos), Patty ha quizás desaparecido como lo que era. Hoy día también se intenta abolir la realidad, pero el escape no es la vida, como lo era con ella, sino que hoy el abolir la realidad es sobredimensionarla, darle tanta característica de real que se termina perdiendo su fuerza. El único móvil es la inmovilidad, la seguridad de un lugar cerrado que permita sentirse protegido vaya uno a saber por qué o por quién. Hoy la vida misma ha perdido su categoría de real para pasar a ser sólo una ficción más a consumir ya no con el éxtasis del contacto, sino con todo el ocio del deseo.

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